Reflexión: La Tierra, espacio para crear el Bien Vivir.

La Tierra, espacio para crear el Bien Vivir.

Marcelo Barros[1]

En Brasil, algunos pueblos indígenas consideran que la sociedad moderna hace que las personas pierdan su alma. No en el sentido religioso tradicional de ir al infierno y sí de provocar depresión, fragmentación interior y alienación. Los hombres y mujeres de espíritu  ayudan a las personas en tal situación a recuperar su alma. Proponen intensificar la relación amorosa y creativa con la Madre Tierra, ponerse en contacto con los árboles y animales, sin olvidar su pertenencia profunda a la comunidad. Así, cuando pierden el alma, los indios la recuperan. En nuestro caso, el problema no es solo de personas que pierden el alma. Es la misma sociedad la que parece haber perdido su alma al renunciar a su humanidad más profunda y no sentirse tocada al saber que, por culpa de su organización social, genera  profunda injusticia estructural e  infelicidad humana y de la tierra. Para recuperar el alma de una sociedad no basta con que las personas se extiendan sobre la tierra desnuda, abracen árboles o hablen con animales. Solo una nueva política puede garantizar otra economía posible y una cultura social que nos haga revitalizar nuestra humanidad perdida. Y eso no se logra solo a través de la conquista del poder, o  por medidas políticas y científicas. Es necesaria también una revaloración de las culturas ancestrales y sus caminos espirituales.

Actualmente, muchos de los pueblos indígenas latinoamericanos están colaborando con movimientos sociales y políticos nuevos como el bolivarianismo, surgido en diversos países, con  un concepto que recuerda la utopía posible en nuestro mundo: el buen vivir. Los Guarani lo llaman Teko Porã,  los Aymara lo denominan sumak kwasay; los quétchuas, sumak kamana y los Maya, Lekil Kuxkejal. Nadie define exactamente lo que significa, pero tradicionalmente el buen vivir era objetivo importante de las prácticas jamánicas que aseguraban salud y harmonía de las personas. Hoy la noción del buen vivir aparece en las nuevas constituciones de Bolivia y Ecuador como objetivo del Estado: garantizar para todos los ciudadanos el buen vivir.   

 Lo que propongo en estas líneas es hacer dialogar ese elemento cultural amerindio con algunos aspectos de la actual ciencia occidental y con el camino de la espiritualidad cristiana ecuménica para vivir bien, o,  como dice el evangelio, “tener vida en abundancia” (Juan 10, 10).

  1. Escuchar la Tierra y obedecer a su llamado

A quien le guste  el cine,  recordará que, en la película  2001, Una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick (1968), había un monolito misterioso que emitía un sonido. Ese sonido impulsaba a los seres humanos a nuevos horizontes del universo. Se puede haber considerado como una mera fantasía cinematográfica, pero no era. Según el astrólogo Trinh Xuan Thuan, el cosmos contiene una “melodía secreta” que cada persona o comunidad puede oír y comprender[2]. La ciencia contemporánea busca discernir el sentido de ese mensaje. Es complejo y siempre incompleto. Por lo que muestra la Física y la Cosmología, cada vez que hay un nuevo descubrimiento de la ciencia, surgen nuevas y más inquietantes cuestiones. En este contexto, la primera pregunta que nos cabe hacer  es sobre lo que el  Cosmos nos habla de  nuestras vidas y nuestro destino.  Temas sobre los cuales antes  interrogábamos  a la fe y a las revelaciones religiosas. Ahora no es solamente la fe la que nos dice que la Tierra y los cielos son  un único conjunto, una especie de organismo en el que  cada ser depende uno de otro y no vive sin la unidad del conjunto. La Ciencia define el universo como un todo “que se identifica con la totalidad del espacio, del tiempo, de la materia y de la energía”[3].  

Cuando el astrólogo norteamericano Edwin P. Hubble (1889 – 1953)  descubrió el progresivo distanciamiento de las galaxias e introdujo en la ciencia el concepto de “universo en expansión”, no solo hizo uno de las más importantes descubrimientos de la ciencia, sino que  hizo el encuentro con las culturas ancestrales. Estas hablan de la tierra como madre que genera continuamente sus hijos  y misteriosamente quiere ser escuchada.

Actualmente, casi todos los estudiosos aceptan la teoría de James Lovelock[4] que rescató para la ciencia el mito griego de Gaia. Esta teoría enseña que la Tierra forma un único sistema biocibernético con tendencia al  homeostasis, esto es, al mantenimiento de las condiciones relativamente constantes a través de un control  activo. La biosfera de la tierra, junto a la atmósfera, los océanos y la tierra forman un único y complejo sistema que puede ser considerado como una especie de organismo “sui generis”, capaz de conservar el planeta en las condiciones favorables para la vida. La Terra es, entonces, comprendida como un sistema inteligente que tiende a crear las condiciones ambientales más adecuadas para la vida.  

Los antiguos oían la voz de la tierra al presentir el olor de la lluvia, el rumbo de los vientos y,  como dice el evangelio, sabían conocer los signos de los tiempos: “si mañana hará un tiempo bueno o tormentas” (Mt 16, 3). Hoy, en la sociedad de las máquinas, de la electricidad y de lo virtual, tenemos más dificultad para vivir esta relación directa con la naturaleza y la tierra, pero tenemos que buscar nuevas formas para ese diálogo creativo, tanto en el campo, como en la ciudad.

En América Latina, la revalorización de las plantas medicinales y de los métodos indígenas de curación, extendidos hoy por todo el continente, no solo hacen a las personas pobres más independientes de la  industria farmacéutica, sino que las ponen en  camino de escucha amorosa y diálogo creativo con la Tierra. Por todas partes se realizan curaciones con argila, con agua, con plantas de salud, etc. Antes, los practicantes de estas curaciones no aceptaban la medicina moderna y los médicos consideraban a los curanderos como embusteros. Hoy se busca unir la medicina alopática con los  métodos tradicionales. Esto se hace no solo como técnica, sino como camino espiritual en el que  se escucha la tierra y se la venera.

De la misma forma, cuando, en nuestros países, los campesinos rechazan las semillas transgénicas y venenos agrícolas a ellas subordinados, están respondiendo a un clamor de la tierra. Las encuestas que, desde las culturas originarias, hoy si hacen sobre “semillas criollas” no son algo desligado de una espiritualidad amorosa de cuidado con la tierra y de respecto a ella. En las realidades urbanas, las personas empiezan a exigir alimentos biológicos sanos y sostenibles. Cuando,  en nuestras ciudades, las comunidades logran de las administraciones municipales la liberación de calles para pasear sin autos en los domingos y la promoción de convivencia con la naturaleza, estamos descubriendo, poco a poco, nuevas formas de escucha amorosa de la tierra.  

  1. Recibir el espíritu con los pueblos de la tierra

Entrar en una relación con la tierra como espacio de creatividad supone unas relaciones comunitarias y una espiritualidad. No se trata de religión, sino de una apertura interior al misterio y disponibilidad del corazón para reaprender a vivir una relación amorosa con la Tierra.

Para los cristianos y cristianas esto supone abrirse al pluralismo cultural y religioso, como un bien que Dios nos da y a través del cual nos habla desde más allá de la  revelación judaico-cristiana.  En el mismo seno de la fe bíblica descubrimos la dimensión ecológica y pluralista de la espiritualidad. Podemos comprender de forma nueva la unidad profunda que hay entre creación y redención. En América Latina la Teología de la Liberación siempre ha insistido en  que solo existe una historia. Esto ha ayudado a los grupos cristianos que buscaban la palabra de Dios en los hechos de la historia y en la realidad a descubrir el cosmos y la tierra como sacramentos de fe y manifestaciones del reino de Dios acá y ahora.

En la cultura judaica antigua las personas exiliadas tenían la costumbre de llevar consigo un poco de tierra de su país para, en cualquier sitio en que estuvieran, orar con los pies sobre la tierra de Israel. Así también en Brasil, en celebraciones populares, las personas traen un poco de tierra, de áreas de conflicto o donde alguien fue muerto por la causa del reino. Esa tierra es tocada y venerada. Aunque en el campo litúrgico tenemos aún mucho camino que andar, es bueno valorar estos pasos.  

  1. La creatividad de una nueva política espiritual

En la Biblia, cuando los textos hablan de que la tierra clama por la sangre derramada (Gn 4, 10), no se trata solo de una imagen poética. La Tierra siente y llora cuando es vendida y comprada como si fuera una mercancía. Queda estéril cuando es concentrada; enferma,  con proyectos tecnológicos que la hieren para dar lucro a los grandes.

Cuando, en la nueva constitución bolivariana, Venezuela declara que, en todo el país, por encima de los mil metros, la tierra debe quedar intocable y nadie puede construir allí, esta decisión no solo hace una protección de las montañas y de los bosques, sino que aporta una solución al equilibrio del clima en las ciudades. En otros países, la substitución de la energía hidráulica o del petróleo por energía solar y eólica colabora con la salud del planeta y de la sociedad humana.

En los primeros foros sociales, las personas proponían “pensar globalmente y actuar localmente”. Hoy se comprende que esa relación debe ir siempre unida. Tanto el pensar como el actuar deben ser local y global a la vez. La creatividad ecológica, ecosocial y espiritual no pide un decrecimiento en el camino del progreso social y técnico,  sino una desaceleración de un progreso desigual, injusto y anti-sostenible, que dé lugar a otro camino social y planificado desde la sobriedad y la solidaridad con la tierra y todos sus habitantes, o sea, todos los seres vivos.

En el Apocalipsis, cuando la humanidad renovada, representada por la figura de la Mujer, tiene que  escapar del dragón que quiere devorar a su hijo recién nacido (el ser humano mesiánico),  huye al desierto. Y dice el texto: “la tierra vino en ayuda de la mujer” (Ap 12, 16). Aún hoy día  la tierra sigue aliada de la humanidad que busca la liberación y la renovación de la vida. Susurra a nuestros oídos una palabra de creatividad, solo comprensible por el amor. Quien cree en Dios sabe que aventurarse por ese camino es dejarse conducir por el Espíritu que «sopla donde quiere, oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va» (Jn 3, 8). Como escribió Agustín en el siglo IV: «Dame alguien que ame y comprenderá lo que digo. Dame alguien que desee caminar por este desierto, que tenga sed y suspire por la fuente de la vida, muéstrame esa persona y estoy seguro que me entenderá (san Agustín)2.

 

[1] Marcelo Barros es monje benedictino y biblista. Actualmente es coordinador latinoamericano de la Asociación Ecuménica de Teólogos/as del Tercer Mundo (ASETT), consejero en Brasil de las Comunidades Cclesiales de Base y Movimientos Populares. Tiene 45 libros publicados y colabora con diversas revistas y periódicos en América Latina y otros países. Email: irmarcelobarros@uol.com.br

[2] – TRINH XUAN THUAN, La Mélodie Secrète, Paris, Fayard, 1988.

[3] -MÁRIO NOVELLO, O que é Cosmologia? A revolução do pensamento cosmológico, Rio de Janeiro, Ed. Jorge Zahar, 2006, p. 26. 

[4] – JAMES E. LOVELOCK, Gaja – A New Look at Life on  Earth, Oxford, 1979.

2 AGUSTÍN, Tratados sobre el evangelio de Juan, 26, 4, cit. en Connaissance des Pères de l’Église 32, dic. 1988 (capa).

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