Revalorizar la Agricultura y la Alimentación.
Por Gustavo Duch
Si hubiera nacido diccionario sería un diccionario indignado. La visión capitalista que todo lo inunda ha dejado mis pobres páginas y sus contenidos totalmente maltrechos y corrompidos. Pienso en una de mis palabras: revalorizar. «Este terreno se ha revalorizado», «los índices bursátiles se han revalorizado», etc. son frases donde su uso es frecuente, demostrando que lo que importa es ‘incrementar el valor’, propio de los deseos lucrativos instalados en nuestra sociedad. Y parece que no se estime que revalorizar es también cambiar de valores, o volver a pensarlos.
Si esta crisis actual no es ni más ni menos que una crisis de valores, salir de la crisis será revalorizar nuestros principios.
También nuestro sistema agroalimentario, lo que comemos y quién y cómo lo produce, está en crisis. En la medida que los valores capitalistas han profundizado en él, más personas pasan hambre, más personas pierden su medio de vida y más castigado, caliente y enfermo está el Planeta. Urge pues plantearse una revalorización, es decir, definir otros valores que orienten su funcionamiento. Unas propuestas al respecto.
Olvidémonos ya de una agricultura tan antigua como la Biblia, donde el paradigma principal es aquello de «henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra». Como pequeños dioses terráqueos, caminamos por encima de la Naturaleza, la agricultura que practicamos aprisiona animales que engorda con venenos y, con venenos, maltratamos la tierra. Pongamos en práctica y demos el valor que le corresponde a una agricultura verdaderamente moderna –pues es la única que tiene futuro- que se sabe parte de la Naturaleza, que aprende de ella y procura imitarla.
Se mantiene una agricultura antigua, rancia y feudal pues mantiene el control de las tierras en manos de unos pocos Señores del Latifundio. La tierra cultivable en sus zarpas sólo tiene un afán, el afán de lucro, y un solo interés, el control de la sociedad. Esos son sus valores. El minifundio siempre fue despreciado, incluso en las escuelas agrarias, porque la tierra en manos del campesinado produciendo comida otorga a estos y sus pueblos, autonomía y soberanía, los hace libres de cualquier control.
La tecnología que rodea la agricultura industrial –estoy pensando en los transgénicos- es obsoleta, no piensa en producir comida, ni en generar medios de vida, no tiene ningún valor. Está al servicio del lucro y del control. Por suerte el conocimiento campesino perdura y a él se van sumando grandes innovaciones procedentes de un pensamiento agroecológico. Sin renunciar a la ciencia, se valora sobretodo la sabiduría de siempre.
Censuremos una agricultura de comportamientos machistas: «quiero el tractor más grande, la vaca más productora, hay que ser competitivos…», síntomas patognomónicos de quienes aspiran al poder y al control como medio para la acumulación de riquezas. Por el contrario, valores del feminismo le harán bien a la agricultura, que debe recuperar unas prácticas del cuidado y de la colaboración para un fin muy distinto: ofrecer alimentos sanos y nutritivos a la población.
Mal camino tomó la agricultura cuando, fíjense, hemos llegado a una agricultura militarizada que nos habla de explotaciones (¡boom!), de semillas ‘terminator’ o que usa pesticidas fabricados por las empresas militares para usos bélicos. Si las guerras se ganan con bombas de racimo y granadas; las humanas manos campesinas con racimos y granadas preparan buenas macedonias. Es una agricultura en paz con el MundoTierra.
En tiempos de futuro incierto -dicen que faltará energía y que seremos mucha población- nos conviene abandonar cuanto antes una agricultura ineficiente, que gasta más energía que calorías produce y que fabrica materia prima que sólo consumen los coches y la ganadería intensiva, mientras mil millones de seres humanos… en fin, con una agricultura negra como el petróleo de la que depende, el futuro se tiñe de luto. Pero, en cambio, tenemos unos aliados, voluntariosos, porque son gratuitos; y formales, porque nunca faltan al trabajo, como el Sol y las abejas, con energía suficiente para darnos de comer, sol-idariamente y sol-teniblemente.
Los argumentos del hambre tan publicitados sólo dan de comer a la agroindustria, que dice que es necesario aumentar los ritmos de producción, ir más rápido. Y se ha convertido en un tren de alta velocidad, que no para en ninguna estación. Como no piensan en llenar bocas, sino en vaciar bolsillos, ofrecen productos de verano en invierno; y de invierno en verano. La buena agricultura va despacio y hace parada en todas las estaciones.
Los fondos de inversiones, de la mano de la agroindustria, acaparan las mejores tierras y apuestan todo a una carta: el monocultivo de alguna semilla patentada. Un juego trucado que expulsa a millones de personas del campo y donde siempre gana la banca. La buena agricultura, en cambio, se hace en muchas y pequeñas fincas biodiversas, sin banqueros, con bancales.
No tiene sentido mantener un modelo segregacionista y lineal que separa animales de vegetales, ganadería de agricultura. Por eso los cereales cambian de país para alimentar ganaderías; los excrementos de éstas se convierten en un verdadero problema sin tierras que fertilizar; y la fecundidad de la tierra se reduce cosecha a cosecha. La integración, también para hacer comida, es por el contrario un círculo virtuoso.
Porque así empezó todo y ahora es un verdadero manicomio alimentario, donde la peor de las locuras no son los kilómetros que hacen los alimentos, ni el aburrimiento de la comida prefabricada, ni la obesidad infantil como epidemia, sino lo que se acaba derrochando. Dicen los contables de locuras que en la cadena agroalimentaria se desperdicia la mitad de lo que se produce. Y en la pesca, se pesca tanto y tan mal que se descarta también casi la mitad de lo pescado. La alimentación de los próximos tiempos no puede valorar el despilfarro y sí revalorizar saberes y costumbres deaprovechamiento, reutilización y unas dosis de austeridad.
Y para darle la vuelta a estos valores de una agricultura y alimentación cocinada en los despachos, tenemos la alternativa de la Soberanía Alimentaria, cuyo principal valor es lalucha por cerrar esos cuartelillos, a cal y canto. Que la agricultura recupere libertad y buen hacer en manos de las gentes campesinas es premisa para hacer un mundo más justo, más rural, más sano y más perdurable.