Reflexión: Nos queda la UTOPÍA en lo humano y en lo comunitario.

Nos queda la UTOPÍA en lo humano y en lo comunitario.

Jesús Bonet Navarro.

En camino hacia lo transhumano.

Parece que un sector de las tecnociencias quiere llevarnos por el camino que va hacia el futuro paraíso transhumano, es decir, hacia el intento de superar todos los límites físicos, psicológicos e intelectuales de la humanidad. No es suficiente la evolución natural con sus propias leyes; el ser humano quiere marcar y forzar las leyes que él mismo establece. Una parte de ese futuro pueden ser los cíborgs, organismos resultantes de la fusión entre humano y máquina. Otra, los seres propiamente transhumanos, es decir los seres humanos biotecnológicamente “mejorados”.

En el proyecto transhumanista cambian los conceptos de identidad y dignidad humanas. El ser humano puede convertirse simplemente en una entidad procesadora de información manejada por algoritmos. La inteligencia y su desarrollo se colocan al margen de la conciencia y, por tanto, de la ética; interesa más la inteligencia que la vida, la tecnología más que el espacio interior de la persona y que la justicia social. La felicidad sólo puede venir por el desarrollo tecnológico en todos los ámbitos.

Individualismo contra comunidad

En ese proyecto lo comunitario es arrollado por el individualismo. Como consecuencia de ello, las desigualdades sociales siguen y seguirán aumentando. Los propietarios de megadatos y algoritmos ya están constituyéndose en “casta superior oligárquica”, que, además, trata de lograr por todos los medios que los miembros de la “casta biotecnológica inferior” busquen una supuesta felicidad individual que cierre cualquier puerta a lo comunitario. Algo tan radicalmente humano como el crecimiento en común, el cuidado, la evolución mediante cooperación… no tienen cabida en el proyecto transhumanista.

Si queda algún resquicio de ética en ese proyecto, es una forma de ética líquida postmoderna, que gira en torno al sujeto individual, con despreocupación por lo colectivo, lo social o lo político. Esa ética es esencialmente emocional y fluida, sin apenas principios comunes ni, mucho menos, universales. Está bien lo que a uno le hace sentirse bien y está mal lo que le hace sentirse mal; o está bien todo lo que tecnológicamente es posible, al precio que sea. No se asumen culpas ni responsabilidades; sólo, a veces, errores, que son presentados como involuntarios. El único sentido de la vida es la felicidad emocional individual.

Testigos de lo comunitario

            Sería absurdo un negacionismo del papel positivo del desarrollo tecnocientífico, con su inseparable compañera la inteligencia artificial. Todo lo que signifique mejora de la vida buena (que no es lo mismo que la buena vida) para todos, de la salud, del trabajo, de la cultura, de la disminución de la pobreza y del hambre… es bienvenido; si a ello contribuye eficazmente la tecnología, estupendo. El problema viene cuando el ser humano está al servicio de la máquina y no al revés, cuando hay que inventarse seres transhumanos o posthumanos para beneficio de unos pocos (si es que eso es un beneficio real), dejando y condenando a los demás humanos a vivir como inhumanos.

            Por eso, frente a ese inhumanismo individualista de corte neoliberal, creemos que es posible –y necesario- que haya siempre testigos de lo comunitario. En la comunidad aprendo a darme cuenta de que yo existo en la medida en que existo para otro y de que el otro existe en la medida en que existe para mí. La aceptación y comprensión de la diversidad, cuando hay respeto y no hay imposiciones ni violencia, no rompe la unidad. La comunidad busca integrar a las personas diferentes, proteger y defender a quienes son empobrecidos y descartados, trabajar por el bien común y poner en el centro el rostro de todas las personas, al mismo tiempo que abrir al ser humano hacia la transcendencia.

En la comunidad aprendemos a valorar lo que significa ser personas, porque ser individuo no es lo mismo que ser persona: un individuo se convierte en persona cuando vive su dimensión social y comunitaria, cuando se siente y actúa como miembro de una comunidad. La comunidad no es una suma de intereses individuales -diría el filósofo francés del siglo pasado Emmanuel Mounier- sino la vida y el compromiso común de un conjunto de personas. La comunidad puede estar animada por opciones y valores de tipo religioso, cristiano o no, pero también por valores humanos que no hacen referencia a ningún tipo de transcendencia; en cualquiera de sus modos, la comunidad sigue siendo fundamental para una vida humana plena.

Nos queda la utopía en lo humano y en lo comunitario

El tipo de comunidades en que muchos cristianos hemos vivido y vivimos nuestra fe, nuestros compromisos y el cariño con muchas personas es probable que no se repita. No sabemos cómo será lo comunitario en el futuro, pero lo comunitario será imprescindible si los humanos quieren seguir siendo humanos. Esa será, probablemente, la mejor herencia que podemos dejar.

El trabajo futuro por lo humano y lo comunitario, aunque sea con otras formas diferentes de las que hemos vivido y han dado -y dan- sentido a nuestras vidas, tiene que pasar por la valoración de la vida humana, por el cuidado, por la defensa de la conciencia, de la identidad personal, de la dignidad de cada persona, por la igualdad de derechos, por la negativa a aceptar desigualdades basadas en cualquier tipo de discriminación o marginación, por la libertad, por la comunidad con la naturaleza, por la respuesta a la pregunta “¿en qué consiste ser “humanos”?”.

La comunidad humana, sea como sea en el futuro, es una joya que es preciso descubrir, experimentar y proteger. Sin ella, no somos plenamente humanos, psicológicamente nos desequilibramos y perdemos el sentido profundo de la vida. La tecnología ayuda en muchas cosas, pero por sí sola no produce horizontes de sentido; se puede estar técnicamente muy desarrollado pero, al mismo tiempo, estar profundamente vacío. Si el precio del desarrollo tecnológico ilimitado es dejar de ser humanos (y, por eso, dejar de ser comunitarios), es probable que la humanidad desaparezca. Trabajar por lo comunitario es trabajar por el futuro de lo humano. Esa es una parte esencial de la UTOPÍA que nos queda.

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