Entrevista de Luís Pernía a Esteban Tabares
Esteban Tabares es cura desde 1970. Hasta 1987 ejerció como párroco en Aguadulce (Sevilla) y vivió como cura obrero-jornalero dentro del equipo pastoral de la Sierra Sur. Estuvo en el grupo iniciador del SOC y en sus luchas por la Reforma Agraria en Andalucía. En 1980 inauguró con otros la coordinación de los curas obreros en España y también de Misión del Sur. Participó en la creación de esta revista, UTOPÍA, y en su consejo de redacción varios años. En 1987 se casa con Inés y vive en Sevilla. Desde ese año forma parte del comité nacional del SOC hasta 1992. Desde 1995 es secretario de Sevilla Acoge, metido en el ámbito de la inmigración. Desde siempre estuvo y está en CCP.
Esteban, ¿tiempos nuevos, espiritualidad nueva?
Primero, aclaremos conceptos para evitar equívocos. Tiempos nuevos ¿en qué? Todo tiempo es nuevo por ser distinto al de ayer. Pero, ¿qué novedades aporta, qué rupturas, qué diferencias cualitativas, qué cambios humanizadores introduce, qué avances de la conciencia, etc.? Sólo si esto se produce estaremos en un tiempo “nuevo”, ya que toda época trae consigo progresos ciertamente, pero también retrocesos que nos retornan a lo viejo o lo perpetúan. Todo tiempo es siempre “diferente”, mas eso no quiere decir que sea “nuevo”.
La palabra “espiritualidad” tiene tanto lastre histórico negativo que ya, al oírla, levanta recelos en mucha gente y en mí mismo. Sin rechazarla, prefiero hablar de “interioridad”, de “profundidad personal”… y así se evita mejor el riesgo de los dualismos perniciosos: materia-espíritu, cuerpo-alma, espirituales-sociales, etc. Los místicos siempre lo explican en ese sentido: “El fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo es el fondo de Dios” (Maestro Eckhart).
En la primavera brotan hojas nuevas en las ramas jóvenes, pero unidas siempre al viejo tronco portador de la savia y las raíces. Aunque, a veces, hay que arrancar de cuajo todo el árbol, pues hasta sus raíces se pudrieron. Vivir esta dialéctica no es fácil ni cómodo. ¿Qué es nuevo y portador de vida? ¿Qué es viejo a extinguir?…
Para los cristianos/as la novedad más “radical” (raíces nuevas) es vivir la oferta de Jesús: el vino nuevo en odres nuevos (Mateo 9,17). Por tanto, hoy como ayer, vivimos nuestro tiempo con una espiritualidad NUEVA –capaz de cortar con lo superficial, desviado o podrido–, pero siempre UNIDA al viejo tronco (entroncada) de Jesús como los sarmientos a la vid (Juan 15,5), por donde circula, perenne, la savia vivificadora de su Espíritu. Así somos “espirituales” hoy.
Concretando: una espiritualidad “nueva” en nuestro tiempo “distinto” la describo con las letras de la palabra PACIENTE: Personal, Adulta, Crítica, Inteligente, Encarnada, Transformadora, Entusiasmante. Que cada cual se explique y aplique a sí mismo/a esas notas y degustará una mezcla deliciosa y explosiva, tanto a nivel personal como social. Una espiritualidad que genera paciencia (ciencia de paz), paz interior y paz colectiva. ¡Qué mejor cosa podemos desear!…
¿Se habla de la indiferencia de los jóvenes actuales ante lo cristiano, de jóvenes post-cristianos como desertores o como pioneros de algo nuevo. ¿Qué opinas?
Este diagnóstico lo extiendo también a los adultos. Muchos análisis sociológicos hay al respecto, con numerosas variables a tener en cuenta. Cuidado con simplificar demasiado. Es evidente que entramos cada vez más en una sociedad con menos referencias cristianas, aunque me parece que no muy diferente a otras épocas. Antes, es verdad, existían más conexiones “religiosas”, pues así lo determinaba la presión social del ambiente; pero no creo que nuestros bisabuelos fuesen más “cristianos/as” que la gente de hoy, joven o adulta. No hay que confundir determinadas costumbres sociales con la fe-adhesión a Cristo y el compromiso consiguiente y consecuente.
Como en todo, la realidad depende del color del cristal con que se mira. Hay jóvenes que alumbran valores nuevos y conductas de gran coherencia. Pero hay otros que son más viejos que Matusalén. Es cierto que a las grandes mayorías lo cristiano no les “mola” y que el analfabetismo religioso es cada día mayor. Como aquel chico que, al ver un crucifijo, pregunta: “¿INRI es una marca?”…
Mas lo que nos debe preocupar y ocupar no es la transmisión de una cultura o costumbres religioso-cristianas, sino la oferta del mensaje y vida de Jesús como buena noticia entusiasmante y con “enganche”, es decir, que “convierta”, que cambie los modos de vivir y pensar, los valores.
Creo que el mejor camino para esto es por iniciación vital y no por indoctrinación mental, como es lo usual: catequesis y teoría religiosa que, al llegar a la pubertad o madurez, se desecha como cuentos para niños chicos. Para una verdadera iniciación se necesitan buenos iniciadores, es decir, personas, grupos, instituciones que, por su ejemplaridad, sean referentes y modelos a seguir porque convencen y entusiasman con sus vidas. Pero no al estilo de los “baños de masas juveniles” del Papa, sino de otro modo más convincente y arriesgado en lo cotidiano.
Gran parte de cuanto se oferta oficial y visiblemente está anquilosado, falto de vida, cuando no corrompido. ¿Qué atractivo y qué llamada pueden sentir jóvenes y adultos ante cristianos y su organización-Iglesia si hemos hecho de la fe en Dios un oficio y beneficio?… “Sin desdeñar otras causas, reconozcamos que nuestros jóvenes, apenas empiezan a pensar por su cuenta, se asfixian por lo extraño e irracional de nuestras creencias, por lo soporífero de nuestras celebraciones y por el pretencioso autoritarismo de nuestra macro-organización” (Herrero del Pozo).
La indiferencia o rechazo de lo cristiano por grandes mayorías es una llamada y un reto para nosotros/as a recuperar y vivir la autenticidad de nuestra fe, retornar a la pureza del manantial. Sólo así los demás darán valor a la fe-compromiso porque nosotros/as la valoramos y vivimos. “Si queremos conocer un volcán tenemos que estudiarlo en su dinamismo emergente, explosivo, ígneo, no en las monstruosas formas que adquiere la lava al solidificarse” (J. A. Marina).
En estos tiempos de crisis, ¿cuál es para ti la aportación de Jesús de Nazaret?
La de siempre y en toda época: la felicidad. Lo que todos/as buscamos y deseamos es ser felices. Mas la cuestión que origina los problemas personales y sociales es cómo lograrlo. Cualquier propuesta de salvación-liberación –la de Jesús lo es, y no la única– tiene que responder a ese ansia de felicidad, casi siempre frustrada, especialmente para los empobrecidos, excluidos y sufrientes de todos los tiempos. La búsqueda de la felicidad provoca el sufrimiento ajeno y gran parte de los males que padecemos; no entraré ahora en cómo y por qué.
He ahí la incongruente paradoja: al querer ser feliz provoco el mal a los demás. En lenguaje religioso a eso le llamamos el pecado. Jesús nos oferta una propuesta de felicidad y –como consecuencia y exigencia– nos indica cómo liberarnos del pecado. Pero, con el tiempo, la Iglesia y los cristianos/as desviadamente “espirituales” se centraron en lo segundo y olvidaron lo primero. Además, enfocaron el pecado como una “ofensa” a Dios a quien es necesario desagraviar, olvidando que pecado es el sufrimiento causado a los demás, no a Dios.
La aportación de Jesús, ahora y siempre, es una oferta de vida plena, con sentido (eso significa “vida eterna”). “Yo he venido para que tengan vida, y una vida en abundancia”. Nuestro tiempo ofrece abundancia de cosas y Jesús oferta abundancia de vida. ¿Qué camino nos otorgará la felicidad que ansiamos? Jesús apuesta por el camino de las bienaventuranzas (y no olvidemos las malaventuranzas, ojo): “Felices los que eligen ser pobres, los que sufren, los que prestan ayuda, los limpios de corazón… “ (Mateo 5,1-12). En nuestras manos está demostrarnos y mostrar que somos felices viviendo así. ¿Nos atrevemos?… Yo voy renqueando siempre.
Jesús vivió ante Dios la experiencia del “abba” (papá) frente a las viejas mediaciones que sacralizaban ritos, espacios y personas. ¿Cómo lo traducirías con palabras actuales?
Al llamarle “papá”, Jesús saca a Dios del ámbito sacralizado de la Ley, el Templo y el Sacerdocio, para poder hallarlo en lo profano, lo familiar, lo cotidiano, en una relación directa, sin intermediarios rituales. Eso le costó la vida: “!Ha blasfemado! ¿Qué decidís?… ¡Pena de muerte!” (Mateo 26,63-66).
Incluso la imagen de “Abba” es una mediación contingente. Jesús no pudo saltar por encima del esquema patriarcal más de lo que lo hizo. Ahora vivimos en un tiempo “diferente” y podemos atrevernos a introducir una novedad: relativizar el término “Dios Padre” y cambiarle el “género” (¿acaso Dios tiene género?). Ahora estoy acostumbrándome a hablar con nuestra “Diosa Madre”, pues me hace sentir mejor la relación amorosa-filial que Jesús vivió y nos transmitió. Sentirme acogido en el seno cálido y nutriente de la Diosa, siendo adulto, pero sin cortar el cordón umbilical. Por eso, orar y vivir es sentirme en unidad íntima con nuestra Madre, “que nunca puede olvidar al hijo/a de sus entrañas”.
Os invito a ir cambiando el esquema mental religioso-patriarcal. ¡Veremos dimensiones nuevas en una espiritualidad “nueva”!