¿TODAVÍA EXISTE EL PRÓJIMO?

 Con este número 80 Utopía celebra veinte años de presencia en las manos de muchos cristianos de base. Han sido años de trabajo de bastantes personas para tejer una red entre todos y abrir caminos hacia un modo alternativo de estar en la sociedad y en la Iglesia. Por tanto, a quienes leéis la revista y a quienes enviáis colaboraciones o la difundís os agradecemos en nombre de todos, desde el Consejo de Redacción, vuestra participación en el tejido de esa red, estando como estamos en un contexto social en el que el narcisismo individualista pretende colocarnos a las personas al margen de toda preocupación por el otro. En esa labor terca, resistente y utópica seguiremos.

Y desde ahí es desde donde repetimos la pregunta de aquel doctor de la ley que, “queriendo justificarse”, preguntó a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29). Jesús le respondió con la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37): ¿quién fue el prójimo de aquel pobre apaleado ante el que pasaron de largo quienes tenían prisa por ir a rezar al templo o tenían miedo a contaminar su pureza? Pues “el que hizo con él misericordia”, el que le ayudó a curar sus heridas físicas y morales (hablemos hoy de pobreza, exclusión, soledad, marginación, cárcel, paro, humillación, malos tratos, gueto…).

Seguramente, ahora más que nunca, tiene sentido repetir la pregunta “¿quién es mi prójimo?”, porque, de uno u otro modo, el prójimo no existe: ¿qué es eso del prójimo?, dirían muchos hoy. Si hace tiempo que se nos está robando lo humano en aras del dinero, del mercado y de una fraudulenta e imaginaria calidad de vida, ¿a dónde vamos ahora con esa pregunta? Lo importante soy yo: mi dieta, mi gimnasia, mi cosmética, mi autoestima, mis proyectos, mi paz interior, mis sensaciones, mi estar conmigo mismo, mi placer, mi tiempo,

mi … El otro, ¿quién es el otro?; tal vez los que figuran en la lista de teléfonos de mi móvil o en la de contactos de mi ordenador. Estoy conectado con mucha gente, pero comunicado con pocos y compartiendo sentimientos de misericordia con menos aún.

Es más fácil hacer surfing sobre las olas de la vida o zapping por las distintas ofertas que se me ponen delante que entrar en la profundidad de las cosas y las personas. Lo que no está en el Google no existe, parece ser; pero la misericordia con el otro, ¿también se encuentra buscándola en el Google? Pues no; porque la misericordia es fruto de tres cosas que son esenciales en el evangelio: aprender a mirar, dejar que se te remuevan las tripas con lo que ves y tocar, piel a piel, a quien está apaleado en la vida. Eso no está en el móvil ni en internet.

“Si todo está referido a mí -escribe Javier Vitoria en No hay territorio comanche para Dios- y está invocado desde mí, necesitaré insonorizar con crecientes dosis de indiferencia los escenarios humanos. Ni las voces ni los gritos de los excluidos de la mesa del bienestar han de perturbar la constante navegación, sin metas verdaderamente humanas, de los ciudadanos beneficiados del sistema”.

La regeneración ética que reclaman el 15-M y otros movimientos sociales pasa por sentirse prójimo de los otros, para que nadie logre robarnos la esperanza de que es posible vivir con otras sensibilidades.


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